Hace algunos día llevo pensando que pasó con mis 18 años (¡¡¡Caramba!!!) de repente pasaron 9.
Recordar los 18 es como ver la foto de un pariente lejano que lleva nuestro mismo nombre pero con el cual tenemos muy pocas cosas en común, a esa edad sólo atinaba a saber que al día siguiente estaría en la escuela, que tenía una novia que era la envidia de media prepa (la otra mitad eran mujeres y des afortunadamente no sentían la misma envidia por mi), que con mis amigos (Chucho, Ranalo y el Rasca) podría irme de aventura y no regresar nunca, que la Ford vieja de mi papá era indestructible, y que el futuro era incierto, pero lo único seguro sería que todo lo anterior sería para siempre, nada mas falso, el amor eterno con Rebeca duró unos pocos años mas, mi grupo de amigos ya no existe, nunca llegamos más allá de los teibol de Cuauhtla y la camioneta de mi padre hoy se oxida abandonada en el patio de la casa (vela siempre me remite a los cementerios nuclaeres Rusos).
En este tiempo mis pelo ha crecido, lo he cortado, ha vuelto a crecer y lo he cortado otra vez, la mayor parte de mis células se han renovado, ya no queda nada del muchacho de hace nueve, ni es la misma mano ni es el mismo pié y mis ojos puede ser que miren igual, pero ahora son otros.
Hoy a mis 27 algunos días (como este del recién inaugurado otoño en el que escribo) me pongo a extrañar ese lejano pasado y me imagino que todo este tiempo ha sido sólo un viaje al extranjero, un intercambio cultural a una república que sufre una guerra y en medio del ruido de metralla y las bombas que se precipitan sobre mi cabeza me pregunto ¿Cuánto falta para volver? Pero del destierro generalmente nadie regresa más que para ser sepultado.
No puedo decir que no he vuelto a tener buenas cosas en estos años, pero nada como aquellos años en que lo mejor era de lo más gratuito.
Agosto 2006
