martes, 12 de febrero de 2008

Quizás sólo sea un espejismo

Acaricia mi mano
Cada vez que llevo un saco a la tintorería
cae sobre mí exactamente la misma sensación
de cuando nos mandamos al diablo
sin mediar concesión alguna.
Para siempre es para siempre.

Entonces me pregunto:
¿bastará con quitarle esas man- chas imprudentes
para que la tela rezume pulcritud y buen olor?,
¿de veras será suficiente que el vapor estruje esta prenda
y donde antes había vida no quede más que

una falaz etiqueta?
No lo leas, carajo, no lo leas
Hoy en la noche quiero ser tu puta, dices.
Y entonces reviso mi cartera.
Te cito en un bar, cualquier bar,
da lo mismo.
Te cito en un bar, nos tomamos

tres o cinco rones
y nos vamos al hotel.
Te desnudas para mí.
No, no te desnudas para mí.
Así te desnudas para todos.
Te desnudas y te monto.
O me montas.

Es igual.
Cuando te vas abro tu bolsa
y pongo un billete, dos billetes.
Lo que se le paga a una puta de esquina.
Para ti es suficiente.
Te vas feliz.
No sabía que escribías libros,
dices, con un libro mío en la mano.
Pienso en mi padre
Pienso en mi padre. Tuvo
un error: yo.
Lo estoy viendo: penetrando
a mi madre, depositando
su leche tibia, viniéndose como
un perro, eyaculando como un borbotón.
De esa noche nací yo. Seguramente
tenía cervezas y tequila bulléndole
en la sangre, su verga enhiesta
y la energía de un león. Seguramente sus músculos estaban tensos
y exhumaba palabras de amor, provenientes
desde las cavernas más profundas,
y palabras tiernas y le diría a mi madre: eres una puta, Carmela, eso eres.
Pienso en mi padre.
El sol daña más
Dios.
Dios.
Dios.
¿Dónde estás en este momento?
Preguntarte es absurdo,
algo así como preguntarse de qué lado caerá
la moneda.
Te necesito aquí, a mi lado,
como una mosca sobre la res abierta
en canal.
Pienso en mi madre
Pienso en mi madre. Tuvo
un error: yo.
La estoy viendo: calentando
a mi padre, mostrándole su culo
y su sexo: jugoso,
travieso, como un changuito.
Seguramente había tomado ron
y mi padre se embriagaría de su
aliento. La estoy viendo: conduciendo
la verga de mi padre a su sexo,
enterrándole las uñas en la espalda,
metiendo su lengua en la boca de
mi padre, y diciéndole: vente, Higinio,
papito, vente. De esa noche nací yo.
Pienso en mi madre.
Ya lo decía yo
Hemos roto tantas veces.
Nos hemos mandado al diablo
con tal elegancia.
Pero los días se suceden
y empieza a crecer una fosa en el estómago.
Una fosa insondable,
sin fondo posible.
Una fosa tan real
como la taza donde se vuelcan
orines, heces fecales y vómitos.
Una fosa que no logro rellenar con nada.
Hasta que marco tu teléfono.
Ahí estás.
Como un perfecto idiota
escucho tu voz aunque no te dirija
la palabra.
Ahí estás.
Viva, real, colmada de promesas
para mí.
Exactamente como la música de Brahms.
Y cuelgo.
Por cierto, entre las mujeres no incluyo a las hembras
Porque es otro boleto.
Y no es que se trate de dos entidades separadas,
ni de que las hembras sean acá y las chavas fresas.
Es algo más de fondo.
Es el olor.
El maldito olor que trasunta una hembra.
Quizás es el olor de su menstruación
o de sus nalgas juguetonas
no estoy seguro
quizás sea el olor del macho anterior que se metió
con ella
o el inmundo, el putrefacto, el nauseabundo olor
de su boca cachonda
esa boca
que lame testículos, escroto y prepucio
con la alegría que se lame una paleta de limón.
Quizás sea todo eso.
Quizás sólo sea un espejismo
y lo que yo en el fondo quiero es una mujer que sude,
que no use desodorante,
que levante los brazos y una gota
descienda lentamente hasta perderse en su cintura.
Quizás en lo único que estoy pensando es en una mujer
que vaya al baño cuando yo se lo ordene
y que regrese tal cual
pero sin brasier, con las tetas firmes por abajo
de la blusa.
Es eso y es mucho más.
Las diferencias entre una mujer y una hembra
no me quedan claras, ¿a ti sí?
(Aunque, tengo que reconocerlo,
el título de este poema es muy, pero muy audaz).

Extraído de:

LA FURIA DEL PEZ
poemario de Eusebio Ruvalcaba